Qué son los antibióticos

Fecha de publicación: 05-12-2017

Desde el punto de vista etimológico, la palabra antibiótico se deriva del griego de las expresiones anti (contra) y bios (vida).

Según el diccionario de la Real Academia Española, se define como antibiótico a la “sustancia química producida por un ser vivo o fabricada por síntesis, capaz de paralizar el desarrollo de ciertos microorganismos patógenos, por su acción bacteriostática o de causar la muerte de ellos, por su acción bactericida”. 

Dicho de una manera más sencilla, podemos definir a los antibióticos como sustancias que matan a las bacterias o hacen que éstas dejen de crecer. Es muy importante entender que son sustancias que únicamente afectan a las bacterias, no a los virus. Es decir, si tenemos una gripe, que es provocada por un virus, un antibiótico no será eficaz para tratar esta afección.

Al hacer un breve repaso por los antecedentes y evolución de los antibióticos, tenemos que el empleo de compuestos orgánicos para el tratamiento de infecciones se conoce desde la antigüedad. Existen registros acerca de la utilización de extractos de algunas plantas medicinales que se han empleado durante siglos, así como el uso de los hongos que crecen en ciertos tipos de quesos para el tratamiento tópico de las infecciones.

El desarrollo empírico de los antibióticos y el conocimiento de su mecanismo de acción arribó en el siglo XX. A principios de ese siglo, el bacteriólogo alemán Rudolf Von Emmerich descubrió un preparado capaz de destruir las bacterias del cólera y la difteria en un tubo de ensayo. Sin embargo, no era eficaz en el tratamiento de las enfermedades. Unos años después, el físico y químico alemán Paul Erlich probó diversidad de sustancias químicas capaces de atacar de manera selectiva a los microorganismos infecciosos sin lesionar al organismo huésped. Para el año 1909, su trabajo desembocó en un preparado conocido como “arsénico que salva”, compuesto de arsénico con acción selectiva frente a las espiroquetas, bacterias responsables de la sífilis, lo que lo convirtió en el único tratamiento eficaz contra esta enfermedad, hasta la purificación de la penicilina hacia 1940.

Pese a estos antecedentes, se considera que la historia de los antibióticos comienza en realidad en 1928 cuando el científico británico, Alexander Fleming, descubre accidentalmente la penicilina. Fleming notó que un moho que contaminaba una de sus placas de cultivo había destruido la bacteria cultivada en ella. Sin embargo, transcurrieron diez años hasta que pudo ser aislada y estudiada gracias al trabajo de otros científicos, entre ellos Howard Florey y Ernst Chain.

El primer antibiótico empleado en humanos fue la Tirotricina, aislada de ciertas bacterias del suelo por el bacteriólogo americano René Dubos en 1939. Debido a su toxicidad, su uso era exclusivamente tópico, aplicado en la piel.

El comienzo del uso clínico de antibióticos empezó en la Segunda Guerra Mundial. Unas empresas del Reino Unido plantearon la utilidad de la penicilina para el tratamiento de heridas de guerra y comenzaron a fabricarla a partir de cultivos de Penicillium (el hongo que genera la penicilina de manera natural). Las cantidades producidas por estas empresas eran insuficientes, así que intentaron convencer a las compañías farmacéuticas estadounidenses de que fabricaran penicilina. La empresa química Pfizer, de Brooklyn, que fabricaba ácido cítrico mediante la fermentación de melazas se interesó por el proceso, así que después de muchas investigaciones lo adoptaron para su producción.

La generalización del empleo de los antibióticos comenzó a partir de los años 50 y cambió por completo el panorama de las afecciones de salud y su tratamiento. Así, enfermedades infecciosas que habían sido causa de miles de muertes como la neumonía y la tuberculosis, son mucho menos graves en la actualidad.

De igual manera representó un avance vertiginoso en el campo de la cirugía, permitiendo la realización de complejas y prolongadas operaciones e intervenciones quirúrgicas, sin un riesgo excesivo de infecciones.

Una de las principales características o propiedades más importantes de los antibióticos es la toxicidad selectiva, lo que se traduce en que la toxicidad hacia los organismos invasores es superior a la toxicidad frente a los huéspedes, es decir, hacia los animales o las personas.

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