Bert Hellinger y la Constelación Familiar

Fecha de publicación: 05-09-2018

En el marco de la creación de las Constelaciones Familiares, Bert Hellinger denominó a las normas que regulan los sistemas humanos como Órdenes de Amor.

Bert Hellinger es el creador de las Constelaciones Familiares. Filósofo, teólogo y pedagogo alemán, fue misionero de una orden católica en Sudáfrica por 16 años. Posteriormente se forma en Psicoanálisis, Dinámica de Grupo, Terapia Primaria e Hipnoterapia. Trata también con la Terapia Gestalt y la Programación Neurolingüística.

De su trabajo con Análisis Transaccional extrae una visión multigeneracional en el acercamiento a los problemas y eso le lleva a la Terapia Sistémica. Al profundizar, descubre los sistemas de compensación que utilizan los sistemas familiares y desarrolla lo que llamó Órdenes de Amor.

Muchos de nuestros sentimientos, comportamientos y síntomas no están vinculados a nuestra historia personal, sino que tienen su origen en una lealtad familiar que quiere que una generación reanude los conflictos no resueltos de las generaciones anteriores. Las Constelaciones Familiares permiten dar luz sobre estos conflictos y repararlos para liberar a los que los llevan.

Como mencionamos anteriormente, Bert Hellinger denominó a las normas que regulan los sistemas humanos como Órdenes de Amor. Ello en virtud de que -según su convicción- el orden está por encima del amor de la misma forma que el cauce conduce al río o el vaso contiene agua. El amor solo se desarrolla dentro del orden, logrando así, crecer y prosperar.

Las tres normas que regulan los sistemas humanos, según el abordaje de Hellinger son:

La Pertenencia. Todos los miembros de una familia tienen el mismo derecho de pertenencia. Es un derecho que no se puede impugnar. No hay grado de pertenencia superior o inferior. El simple hecho de nuestro nacimiento, nos da un lugar en la familia.

El Orden. El orden sistémico respeta el orden cronológico. Así los padres vienen antes que los hijos. El primer hijo viene antes que el segundo y así sucesivamente. Un primer conyugue guarda su lugar de primer conyugue, incluso si no es ya el conyugue actual. Los adultos asumen las responsabilidades que les vuelven de nuevo, los niños no son más que niños, los mayores tienen derechos y deberes frente a los más jóvenes.

Equilibrio entre dar y tomar. Las relaciones humanas se equilibran según un intercambio equitativo entre dar y tomar (o recibir). La perpetuidad de una relación es condicionada por la igualdad de este intercambio. Entre padres e hijos, el intercambio se hace de manera diferente: los padres dan la vida al hijo, el hijo recibe la vida de sus padres. Cuando el hijo se vuelva padre dará a su vez a sus hijos. De esta manera, el intercambio entre padres e hijos se equilibra, ya que la deuda de los hijos hacia los padres por la vida recibida es tan grande que es imposible de devolver. De esta forma el equilibrio queda establecido.

Las leyes de la vida son intransigentes y velan con sumo cuidado el mantenimiento de su plan. En casa, el niño llega a un nivel de dependencia total. La necesidad de ser aceptado por su familia es vital. De esta manera, el niño va a hacer suyo el destino de su familia en forma incondicional, el cual compartirá sin reservas. Esta forma de amor es más absoluto aún que el de los padres hacia sus hijos.

De esta manera, el niño, llevado por un movimiento afectivo, puede asumir los sufrimientos y los destinos de otro miembro de la familia, por amor. Y el sistema familiar, para restablecer un equilibrio roto y su supervivencia, puede encargar al recién llegado, la misión de reparación.

Los vínculos de la familia son los garantes de la supervivencia de la especie y el individuo. Si estos, vínculos, por una razón u otra, se desequilibraron o se destruyeron en la historia de la familia, queda un rastro en la memoria familiar.

Esta memoria familiar se transmite y la llevamos todos en nosotros, de manera inconsciente. Y varias generaciones después que el daño ha ocurrido, mientras no se repare, se pueden ver resurgir rastros de este desequilibrio o ruptura. Es una forma de fidelidad familiar inconsciente, una lealtad que impulsa a las más jóvenes generaciones a reparar.