¿Hijo hiperactivo?

Fecha de publicación: 06-06-2016

Con los adecuados refuerzos de conducta, los niños que presentan hiperactividad pueden cambiar para bien.

La hiperactividad es un trastorno de la conducta de los niños, descrito por primera vez en 1902, por Still. Se trata de niños que desarrollan una intensa actividad motora, que se mueven continuamente, sin que toda esta actividad tenga un propósito.

Van de un lado para otro, pudiendo comenzar alguna tarea, pero que abandonan rápidamente para comenzar otra, que a su vez, vuelven a dejar inacabada. 

Esta hiperactividad aumenta cuando están en presencia de otras personas, especialmente con las que no mantienen relaciones frecuentes. Por el contrario, disminuye la actividad cuando están solos.

Para modificar determinadas actitudes, como la agresividad o la desobediencia, se emplean técnicas de cambio conductual que se apoyan en la psicología conductista. La base de ellas es la idea de que todo comportamiento es una forma aprendida de responder a determinadas circunstancias.

Esto supone que la actitud de los padres es fundamental a la hora de manejar la del hijo, ya que es la que le proporciona la información de si sus respuestas son adecuadas y sirven a sus propósitos o, por el contrario, debe sustituirlas por otras. Los padres pueden, sin darse cuenta, fomentar las respuestas inapropiadas.

Un ejemplo muy claro es cuando se cede a un capricho, que se ha negado en un principio, para contener una rabieta. La conclusión del niño en esta ocasión es clara (y muy lógica): “enfadándome, gritando y lanzando las cosas consigo lo que quiero”. Resultado: cada vez recurrirá con más frecuencia a las pataletas.

Las técnicas de cambio de conducta controlan las consecuencias de las acciones convirtiéndolas en agradables, a través del “refuerzo positivo”, o desagradables mediante el “castigo”. Aquellas conductas del niño a las que siga un “refuerzo positivo” serán aprendidas como útiles y se repetirán; aquellas otras a las que acompañe una consecuencia negativa terminarán desapareciendo. Los refuerzos pueden ser muy variados. Al principio, cuando una actitud está muy instaurada, se recurre a recompensas de tipo material (un juguete, una chuchería, etc.)

Posteriormente se van restringiendo este tipo de refuerzos para que el niño no haga las cosas por el premio sino porque realmente ha adquirido nuevas actitudes con las que se siente más satisfecho. Para ello, desde el principio (junto con las recompensas materiales) y a lo largo del tiempo (cuando ya se han eliminado aquellas) el niño debe recibir refuerzos sociales como abrazos, alabanzas o cualquier otra manifestación de afecto por lo bien que ha actuado.

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